Los empresarios «Ninis» ni se ensucian ni se mezclan…





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También hay empresarios ninis. Oh, sí.

Autor: Carlos Mota

Estos empresarios no desarrollan a su personal ni lo premian cuando su desempeño es adecuado o sobresaliente. No diseñan planes de carrera ni saben cómo ocurrirá la sucesión de las posiciones clave dentro de la estructura corporativa. No les gusta pensar que ellos no estarán al frente de la organización ni escuchar a los expertos que les podrían alertar respecto de su potencial ausencia.

No dejan de quejarse del gobierno ni de la situación que los rodea.

Este tipo de seres no tiene vocación hacia la comunidad ni reconoce —o no quiere saber— que su prosperidad es fruto de lo que los demás adquirimos de sus negocios. Tampoco se comunican con la sociedad ni creen en el diálogo abierto para explicar sus estrategias, intenciones y responsabilidades empresariales. Son empresarios equis, o más bien, empresarios K.


Estos empresarios no invierten en investigación ni en desarrollo, porque no creen que tienen responsabilidad para manufacturar su propio futuro. No se preocupan por apartar algo de su flujo de efectivo para premiar la innovación interna ni creen en la innovación.

No conocen de estrategias globales ni comprenden que el mundo globalizó a México, pero que México no se insertó en el mundo. No les gusta más que lo doméstico ni se atreven a imaginar su futuro conquistando otros mercados.

No son líderes auténticos ni están dispuestos a compartir con el país su conjunto de experiencias; no las documentan ni las escriben, no las revelan. No están dispuestos a explicarnos a los demás el origen de su fortuna ni mostrarían si fue una concesión, un compadre o un gobernante quien les abrió la puerta grande.

Nunca dan una clase universitaria ni aparecen en la televisión o radio. No darían una conferencia de prensa ni se sentirían obligados a hablar con el más pequeño de sus clientes o el más lejano de sus obreros. No se ensucian ni se mezclan.

Estos empresarios no colocan a sus empresas en la Bolsa, y si lo hacen no les inquieta controlarlas familiarmente aunque violenten las normas. No se incomodan si las reglas del juego les desfavorecen ni dudan que sus abogados las puedan cambiar.

Ni valen la pena ni los queremos en México.

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Fuente:

Columna en Milenio.com