Ética de lo Fiscal y su Aplicación Práctica



            Ética de lo Fiscal y su Aplicación Práctica

 

 

DR. Salvador Leaños Flores

  • Doctor en Liderazgo
  • Rector del Instituto de Especialización para Ejecutivos.
  • [email protected]

Esta obra contiene el análisis de los requisitos que deben cumplirse para prestar los servicios de perito en materia de contabilidad.

Con el título de este artículo escribimos recientemente un texto en coautoría los doctores Marco Antonio Daza, Antonio Sánchez Sierra y el que esto escribe.

Pudimos presentarlo en el Senado de la República, así como en la Cámara de Diputados con la intención de sensibilizar a los legisladores sobre la trascendencia de este tema. Para ellos también fue atractivo porque la ética es un asunto con el que todos quieren vincularse.

Explicamos que la palabra viene del “ethos” griego que significa “carácter”, es decir que la ética, en estricto sentido, es el estudio del carácter. Intenta contestar a la inquietante pregunta: ¿Por qué soy así? Y trata de explicar mis reacciones y comportamientos ante diversas circunstancias.

La fortaleza de carácter se mide a través de las virtudes, “vir” significa fuerza; en la parte física se denomina “vigor” o “virilidad”, en el carácter: virtud.

No se trata de que el comportamiento ético sea lograr la insensibilidad, que no experimentemos tentaciones o inclinaciones de no buenas intenciones; se trata de que nuestro carácter sea lo suficientemente fuerte para superarlas. Que sea más grande, más poderoso.

Las virtudes, según Aristóteles, viven en el punto medio. Los seres humanos estamos hechos para el equilibrio, no sólo en el carácter sino también en lo físico: una luz intensa nos ciega igual que la ausencia de ésta; un sonido estruendoso me impide escuchar al igual que uno muy quedo.

Los equilibrios se hacen indispensables. En las virtudes diríamos que ser valiente es un comportamiento que vive entre un extremo que es la cobardía (vicio por defecto) y el otro que es la temeridad (vicio por exceso).

Ser equilibrado, sosegado, magnánimo. Una de las preguntas que el hombre se ha hecho desde la antigüedad misma es ¿Cuál es la virtud más importante?, cuya respuesta rompe en varias escuelas el quehacer ético.

Sócrates nos dirá que la belleza, Platón apuesta por la honestidad, Aristóteles por la prudencia, Epicuro señala al placer, Kant al deber y Bentham a la utilidad.

Y sin afán de corregirles la plana a estos gigantes del pensamiento, quizá añadiríamos que la virtud más importante sea la que la circunstancia específica te demanda; para un juez en ejercicio de sus funciones será la justicia mientras que para un artista en la creación de su obra lo es la belleza.

Sin embargo, los enemigos más poderosos de la virtud son dos: el poder y el dinero, mismos que actúan de manera directa en el tema fiscal, pues los impuestos son coactivos (no se llaman “voluntarios”) y se pagan con dinero.

De allí el riesgo y la importancia de la ética cuando hablamos de este tema que a lo largo de la historia ha provocado grandes sacudidas en diversas civilizaciones. Claro que la ética no juzga lo necesario, es decir lo inevitable: nadie puede criticar a otro por respirar; si no respira se muere.

Resuelve con eficacia, puntos relevantes que se presentan en las controversias jurídicas de naturaleza administrativa-fiscal.

Sin embargo si evado un impuesto (contribuyentes) o lo gasto en beneficio personal (gobierno), pudimos no hacerlo.

La ética se mueve en lo posible, la libertad es su campo de acción.

También es justo decir que la ética se mueve en la voluntad más que en la inteligencia, pues muchas veces hacemos cosas que sabemos que están mal, pero la voluntad, en esos casos, no se pliega a lo que nuestra inteligencia le señala, por ello debemos trabajar por disciplinar la voluntad además de alimentar la inteligencia.

Hay mucha gente inteligente en el mundo, pero no hay la suficiente gente buena. Luego de sentar las bases de lo que es la ética y su papel en la historia, el texto aborda diversas teorías y principios constitucionales.

Se hace hincapié en la importancia de cumplir con las obligaciones contributivas por parte de la ciudadanía y se desmenuzan los principios que todo fiscalista conoce a la perfección: de proporcionalidad, de equidad, de transparencia, de solidaridad económica, entre otros.

Sin embargo, en la última parte del libro se exponen diez casos prácticos que están tomados “de la vida real” y cuentan con evidencias documentales, aunque se respeta la confidencialidad y los nombres verdaderos de las personas, empresas y despachos contables señalados.

Lo que queda expuesto a través de los casos es que la teoría sobre la ética, la ley y los principios, en el tema fiscal se han quedado justamente en eso, en teoría. Y es que la ética fiscal no se reduce a que los contribuyentes paguemos los impuestos, sino a que la autoridad recaude acorde con los mismos principios y aplique los recursos a fines de pública utilidad, es decir, al bien común, lo que le confiere una responsabilidad clave en la relación tributaria apegada a los principios éticos.

Si entendemos el bien común como el mejoramiento moral, cívico y material, entonces cualquier aplicación del recurso que no atienda a ese fin, es éticamente incorrecto: rescatar empresas privadas, favorecer grupos y no a la ciudadanía, fortalecer proyectos clientelares, y claro, cualquier tipo de corrupción, entendida ésta como hacer privado lo que es público.

Hicimos énfasis en la presentación del texto en el Senado y en la Cámara de Diputados, porque desde allí debe asentarse la idea de que lo urgente en este como en otros asuntos sociales, es la ejemplaridad: que la autoridad ponga el ejemplo de cómo debemos actuar.

No puede ser que se satanice a los empresarios que hacen uso de la subcontratación cuando más de la mitad de la misma es empleada por el gobierno en sus tres órdenes, por poner un ejemplo.

Y claro que ante un callejón sin salida en el que nos encontramos, donde la confianza no existe entre autoridad y contribuyentes, la reparación debe empezar por parte de quienes mandan, como sería lo lógico ante un conflicto entre padre e hijo; debe predicarse con el ejemplo.

Para la autoridad todos los contribuyentes somos evasores a priori, y para la ciudadanía los gobernantes son ladrones a priori.

Nunca civilización alguna ha alcanzado visos de grandeza cuando la desconfianza es lo que priva entre ambos, de allí la urgencia en combatirla y la enorme trascendencia del comportamiento ético. No hay ley que pueda resolverlo.

Es pues la ética la única vía mediante la ejemplaridad, para lograr que esa visión coactiva sobre los impuestos pueda transformarse en una panorámica de convicción que se acerque más bien a la contribución; no la coacción sino la convicción, no impuestos sino contribuciones, no discursos sino ejemplos reales, no sólo recaudación sino mejoras palpables en el bien común. De ese tamaño es el monumental reto que tenemos enfrente.

Por cortesía de Revista #94 del INCP. Solicita aquí el PDF